Guerra por la Paz

2.01.2012

 - ¿Dónde vamos?
 - A la undécima planta.
 - Pero si tan solo hay diez...
 - Nosotros la construiremos.


Después de que la metalizada puerta de aquel ascensor se hubo abierto al completo, ambos pudieron contemplar un rellano nunca antes edificado; y en él, una sola puerta. Consumida por el olvido y la pretérita nostalgia que ahora yacía una planta más abajo. "Entremos" - dice ella. 

Aquel portazo dio la señal de que la batalla había comenzado. Una batalla más, de una guerra interminable; pero ahora ella iba más cargada de amor que nunca; y él, apenas contaba ya con un ejército y tan solo quédose con los más fuertes, habiendo dejado atrás los demás soldados. Tales como Miedo, Soledad, Desesperación... entre otros. Y, tratábase de una guerra en la que ya no importaba vencedor o vencido, tan solo el placer de pelear por unas horas y arrastrar tu vida a la encarnizada; y, todo lo que sucediera después, carecería de importancia.

Así pues, en cuanto la chica se hubo preparado para la consecuente, ambos se fundieron en el primer ataque; dejando petrificado el tiempo por tan solo unos segundos que más tarde quedarían reducidos a un recuerdo cada vez más deformado. Los golpes se sucedieron sin ningún tipo de preámbulo; y ellos se vieron presos una vez más de las garras de aquel caprichoso destino. Ella le arrastró hacia el suelo, el que ahora se conforma como el atrezo de aquel escenario, de aquella función, en la que nunca había público; pero siempre estaban todas las entradas vendidas. Actuaron desconociendo el guión del otro intérprete. Improvisaron. Se revolcaron sobre el frío suelo con sus ardientes cuerpos y ningún frío traspasó sus pieles.
La piel de ella. En la que su olor forma la atmósfera perfecta para vivir en ella. En la que él deseó perderse atravesando cada milímetro que se dispusiera como un camino y no pensar en llegar a lugar alguno, sino en la trayectoria. Y es su piel en la que se devolvió aquella batalla. Piel con la que él sueña. Su edén.

Al día siguiente no hubo más que un combatiente en el lugar; permaneciendo expectante al lugar en el que horas atrás se había desenvuelto aquella carnicería. Nada importa ya. Y la bandera blanca, enterrada. Con las sábanas aún con la silueta de sus cuerpos; conservando el calor de ellos. El calor de su amor.

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