El puerto

9.19.2011

 - Shepard, Billy Shepard.

Esas son mis últimas palabras hasta que el tipo que fingía ser mi socio me introducía violentamente en la parte trasera del coche. Mi amigo, Artie, entró tranquilamente y sin ayuda de nadie por la otra puerta. Finge estar tranquilo, cuando se le pueden escuchar los latidos desde la otra calle. Y es en el momento en el que mis pies pisan firmemente la moqueta grasienta cuando pienso en las últimas tardes en el piso de Artie.





"Tan solo tenemos que acompañar a unos tipos que necesitan un par de hombres. Tú tan solo guarda silencio. Responde cuando te pregunten, y ante todo permanece tranquilo. Si te muestras nervioso, se pueden torcer las cosas. Todo será rápido, y sacaremos una buena tajada. ¡Venga hombre! ¡Será pan comido!"


Oh sí, seguro que ahora todas esas palabras que me dedicaste en tu apartamento se te han olvidado. ¿Verdad, estúpido gordo?

El Ford en el que me hallo no supera el límite de velocidad. Viajamos por alguna carretera poco transitada, supongo que lo último que queremos es llamar la atención. El tipo que me empujó hacia el coche se llama Fred, y ahora se encuentra en el asiento del copiloto. Puedo oler su axila desde mi asiento, y las gotas de sudor descienden por su sien a medida que el coche avanza algunos metros. Del bolsillo de su barata chaqueta, saca un pañuelo gris, antes blanco, doblado en un cuadrado poco perfecto. Seca estas gotas con torpeza, repitiendo el movimiento algunas veces para confirmar su acción. Introduce de nuevo el pañuelo. No lo dobla. Desconozco el nombre del enclenque que se encuentra tras un volante superior a sus fuerzas. Conduce con torpeza, intentando no salirse de la línea blanca. Porta unas gafas que hacen en su mayor parte de antifaz, pues ocultan en gran parte su escueto y pálido rostro. A pesar de tener unas grandes orejas, no puede soportar el peso de la montura, y éstas se encuentran continuamente en un intento de caer al vacío. Pero siempre se interpone en su camino unas temblorosas manos, que reafirman la posición de las gafas en su sitio.

Nadie dice nada.
Fred, abre la guantera del coche. Vislumbro una débil luz que intenta escapar de aquel hueco oscuro. En su intento de huida, deja ver unos papeles desordenados, y entre tanto papeleo, una pistola. La agarra y cierra fuertemente la guantera. Fred gira su cuerpo tanto como el cinturón de seguridad se lo permite, y me tiende la pistola por la empuñadura.

 - Ten muchacho. Que Dios guíe tu acierto.

Una vez dicho esto, y pistola en mi mano, Fred se seca nuevamente su sudor.

 - Después de este trato, ¡no tendremos que trabajar hasta dentro de un maldito año! ¡Sonreid, joder! - exclama Fred. Su rostro cambió radicalmente al ver que habíamos llegado a nuestro destino. - Bajad del coche - dice seriamente.

De la sucia moqueta, paso al resbaladizo suelo del puerto. El olor a pescado podrido se cuela por mis fosas nasales, impidiéndome captar las axilas de Fred. Y el ruido de las puertas del coche evita que escuche los latidos de Artie. Fred se acerca al maletero, y extrae de él un maletín negro de primera. Cualquiera habría apostado que tal y como estaba el estado del coche, habría sacado un sucio maletín. Pero no era así.
Pasa por mi lado y en un susurro me dice: "No te separes de mí".

El intercambio debía producirse en el interior una vieja nave abandonada. Un lugar poco visitado por ciudadanos de a pie, en cambio yonkis y prostitutas solían buscar cobijo en lugares como este. Pero esta noche no habría nadie allí. No. Esta noche no.
Entramos temblorosos, atravesando una gran puerta, ya abierta. El interior está oscuro. La luz de la Luna que se sitúa tras nosotros nos deja ver un coche negro impoluto en su interior. "Ya han llegado", pienso.

De la zona oscura, tras el coche, emerge una silueta sin rostro. Un hombre perfectamente vestido se sitúa ante nosotros. Con una mano en su bolsillo derecho, y la otra sosteniendo su puro, deja entrever sus afilados dientes, imitando el gesto de una sonrisa. Se relame, y comienza a hablarnos.

 - Hola caballeros. Veo que son cuatro... no esperaba tanta compañía - ríe sarcásticamente.
 - Bueno, Joe, ya sabes cómo son estas cosas - tartamudea Fred - cuanto más en familia estemos menos tensiones ¿verdad?

El hombre vuelve a reír. Esta vez no logro distinguir la intención de su risa. Tan solo puedo pensar en las nuevas gotas de sudor que ya van por el cuello de la camisa de Fred.

 - Al grano, caballeros, ¿traen la mercancía?
 - Sí, tú mismo la puedes ver. Está en este maletín. Pero, ¿y tú? ¿Tienes nuestra parte?
 - Oh, verás... ha ocurrido un pequeño... problema - se relame. - Nuestro jefe no piensa pagaros un puto duro por vuestra mierda.

Extrañado, miro a Fred. Sus ojos iban a salirse de sus órbitas, como si supiera qué va a suceder. Vuelvo la mirada rápidamente a nuestro comprador. Su puro desciende ya por su cintura, trazando círculos en su camino hacia el suelo. Aquella mano, porta ahora un revolver. Un disparo resonó en las paredes de aquella nave, haciendo volar a algunas gaviotas que dormitaban en el tejado. Pero el disparo no salió de aquel revolver. Artie empuñaba un arma entre sus temblorosos dedos, y la bala, impacto con poco éxito sobre alguna superficie metálica al fondo de la nave. Otro disparo volvió a silenciar por un momento a mi corazón. Esta vez del revolver. La bala impactó instantáneamente contra la frente de Artie. Su pesado cuerpo cayó sobre el suelo, dejando caer el arma de su mano y golpeando su cabeza contra la dura superficie aún húmeda. El cañón de aquel verdugo iba camino de nuestros cráneos. Fred saca de su chaqueta un arma, y comienza a disparar hacia el hombre. Tenía la certeza de que no acertaría, simplemente quería distraer su atención mientras retrocedía hacia el coche. Imito su gesto mientras desenfundo mi arma y, al igual que él, comienzo a disparar. Y entre carreras y silbidos de balas, logramos salir del lugar y dirigirnos hacia el coche. De nuestro menudo chófer, no sabemos nada.

Unos veinte metros nos separan de aquella masacre. Fred corre apresuradamente unos pasos detrás, con el fuerte maletín cortando el aire. Continúo corriendo, intentando que mis mocasines no deslicen torpemente con el resbaladizo suelo. Entre bocanadas, alcanzo la puerta del conductor. El coche está abierto. El sonido de la puerta cediendo se estremece ante el sonido de una explosión en el interior de un nuevo cañón. Éste, de algún lugar fuera del edificio. El proyectil impacta sobre la pierna de Fred, que sonoramente cae al suelo. Le miro el rostro. En su cara hay miedo, y su expresión refleja auxilio... pero mis pies ya pisan la moqueta. Arranco el Ford mientras otro disparo resuena por todas partes, éste impacto en la cabeza de Fred. Coloco mi diestra en la palanca de cambios, y un pie en el embrague cuando, unos tics golpean la ventanilla del piloto. Observo rápidamente hacia mi izquierda. El cañón del revolver llama amablemente a la ventanilla del coche. Del otro lado del cristal, resurgen aquellos afilados dientes.

 - ¿Pan comido, no? Estúpido gordo.

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