El último baile.

8.31.2011

Él se acaba de sentar en la primera silla que estuvo a su alcance. Lleva horas bailando, y  los pies le van a matar. A pesar de que habitúa a llevar ese tipo de calzado, que no van más allá de aquellos impolutos mocasines negros, esta vez no podía con ellos. Sus piernas, aún cargadas de tanto movimiento, claman que el hombre no se mueva de ahí en unos minutos, o ellas dimitirían. Está agotado.

Pero tan solo es físicamente.
Desde hace unos meses es el hombre más feliz del mundo. Nunca depositó mucha creencia en aquello de que para encontrar la felicidad, es necesaria tu otra mitad; pero desde hacía esos meses no lo veía así. Encontró a la mujer perfecta. Y aunque, ya la conocía desde hace muchos años, y siempre la vio de la misma manera, había logrado que ella cambiase su posición de rechazo, para dar paso a una más receptora. Quizás era el hecho de que, hasta hace esos meses, era viuda. Su ex-marido era un combatiente de guerra, y no se sabía nada de él desde su envío a la última misión. Superiores, temiendo lo peor, dieron el aviso de que éste había fallecido en combate, y comunicaron esta incierta noticia a su mujer. Ella, desolada, busca consuelo en el hombro más cercano, que es él. Y bueno, él tras esos años detrás de ella, no puede rechazarla y acepta ser ese hombro tan necesitado. Pasan los días y ella cambia ese hombro, por un nuevo posible marido, aunque nuestra historia aún no alcanzó ese punto.

 - Venga, Morrison, ¿dónde ha quedado tu primer puesto en el salón de baile? - se escucha entre la multitud
   que aún se contonea.
 - ¡Oh no! ¡No puedo más! ¡Otra vez será, viejo amigo! - responde nuestro protagonista.

Ella se acerca a él. Y, sin sentarse, le pregunta qué tal está. Él responde la verdad, "tan solo un poco cansado, cielo", y ambos intercambian un beso de complicidad. Él sonríe. Es feliz. Se ha acostumbrado pronto a esa felicidad sientes cuando todo está bien. Todo gira en un mismo sentido, y nada intenta cambiar el rumbo de las cosas. Para él, el sufrimiento es cosa del pasado. Ahora es su momento, en esa fiesta y en esos pasos de baile.

Un golpe supera el de la propia música. El golpe de una puerta abriéndose bruscamente al fondo de la habitación. El público asistente a la fiesta, deja de bailar para fijar su atención a la procedencia de este golpe. Todos enmudecen, y la música no es una excepción. Del umbral de la puerta emerge una silueta, aún sin rostro. Espectadores atónitos esperan a que este aguafiestas se muestre, aunque él no hace otra cosa que esperar aún en esa puerta. Pronto, comienza a dar pasos firmes por la sala, acercándose a la multitud. No, acercándose a ella. Y cuando aquellas luces, guiadas por invisibles ángeles, apuntan hacia la cara de nuestro intruso, un rostro salió a la luz. Era nuestro otro "él". El combatiente muerto.

Y entonces, las bombas explotaron en aquel laberinto de cristales, haciendo estallar todos éstos en mil pedazos; produciéndose un ruido ensordecedor. Como el que siente nuestro protagonista llegados a este punto en su interior.


Ella aún continúa junto a la silla de Morrison. El tiempo se ha detenido. Todo se ha parado. Excepto aquellos corazones, que parecieron confundir el estado del tiempo y luchar en su contra: acelerándose. Entonces sucede una de esas situaciones en que todo pasa demasiado rápido. Estas situaciones que pasan en segundos, y un amigo te cuenta durante minutos, e incluso horas. Eterno para contar, intenso para sentir.
Nuestro protagonista teme. Ella está confundida. Él amando el regreso. Ella corre hacia él. Él corre hacia ella. Ellos se encuentran en un abrazo. El abrazo dejó paso al beso. Ellos se aman. Ellos vuelven. Sus sentimientos vuelven. Lágrimas florecen de los ojos de ella, y miradas atónitas resurgen de los invitados. Y, entre tanta alegría de regreso, tanto amor, tantas horas pérdidas que ahora se recuperarían, Morrison se rompe.


1 comentarios:

Evita Vilor dijo...

Podrías creerme si te digo.. que entiendo a ese pobre Morrison?
Like.
<3

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