11 años después.
Revisando viejas libretas, encuentra una. El libro verde – piensa. Hace años que no sé de él, ni de su contenido. Supongo que será gracioso echar un vistazo. ¡Oh sí! Recuerdo aquella época. Podría haber escrito cualquier cosa que me hubiera pasado. Haberla descrito con tal precisión y midiendo con tal exactitud las palabras, que hasta un robot habría sentido amor en mis palabras. Podría haber resuelto guerras, reconciliado enemigos, y separado a hermanos si en mi pluma hubieran estado mis pensamientos. Pero recuerdo que no hice nada de eso, y que me limité a escribirme. Y no lo escribía para mí, ni tampoco para ellos. Lo escribía para la tercera persona del singular en femenino. Porque era todo lo que ambos necesitábamos; porque ambos lo queríamos y hasta ese momento, no nos habíamos dado cuenta realmente del valor de las palabras. Abre una de las páginas del verde, y encuentra uno. El ocho. Ya ha habido un ocho, pero este era distinto, era de su libreta. Entonces, comienza a leer...
*Estimado lector: antes de comenzar su lectura debo advertirle que este texto, no es como otro anterior. Este texto está medido. Quiero decir, cada palabra de cada frase de este texto está elegida con total precisión. En algunos casos, encontrarás frases de dudoso significado (desordenadas...), no es para otra cosa más que conseguir la atención del lector. Cierra todos los programas de tu ordenador, y céntrate en el texto.
Él yace sobre su lecho. Está exhausto, tuvo los sueños más extraños e insólitos de su corta vida, y no fueron de su agrado. No quería volver a sumergirse en el mundo de los sueños. Se reafirma en su cama, y enciende de nuevo el móvil. Conecta el aparato a alguna red social, y husmea entre las almas que permanecen acechando en la noche conectados, buscándola a ella. Una vez más, su ausencia hace notable la lista. Aunque hubiera vislumbrado su nombre entre tantos, no habría sabido qué decir, o qué contarle. Pero... no importaba. En otro nombre, desahoga su mente, diciendo: “me gustaría; no, necesito verla mañana, o... que me llame ahora”. Deambula aún titubeante por la habitación, cuando la música invade cada recóndito espacio. “Untitled#10”, piensa. “Nunca dejará de erizarme.” Un nuevo mensaje llega a su buzón. El escrito por el que habría renunciado a algo con tal de leerlo.
Juntos seleccionan de entre tantas alguna película, no es la película lo que hay que ver. Al comienzo de ésta, el intercambio de palabras entre ambos era notable. La necesidad de escuchar las cuerdas del otro era deseo, y era imprescindible el uso de ellas en este momento. De esta manera, fueron transcurriendo los pocos minutos que hacían necesaria esta fase, para adentrarse en una nueva. Poco a poco los silencios van siendo más comunes. Aunque no solo dominan los silencios. Poco a poco, vamos sincronizando nuestros parpadeos, pues ya dejamos de hacerlos. Cerramos los ojos para ver lo que no se ve, y nuestros globos oculares se han trasladado ahora hasta las yemas de nuestros de nuestros. Y vienes a mí en el mejor momento para susurrarme las palabras prohibidas. Las mismas que unieron a personas, y las alejaron; por las que vivieron y por las que mataron. Y entre suspiros, me aferro más a ti. Mis susurros preguntan si es un sueño lo transcurrido. Pues me estaría equivocando en lo de no querer volver a soñar. Pellizcas. Tus dedos se caen por mi cuello, haciéndome vivir la realidad. Aunque no pueda verte, sé que estás sonriendo. E imagino la inmensa curvatura de la que tanto me enamoré. La más sincera que hayan podido ver mis ojos. Y sonrío junto a ti. Tu sonrisa separa el Mundo. Tu mano, ahora convertida en gaviota, se posa sobre la más cercana rama: mi pecho. Mi corazón. Y concentras tu sentir en mis latidos. Respiro más profundamente, para que sientas como mi tórax es invadido. Aquellas partículas del aire, ahora disfrazadas de guerreras que penetran en mi ser, asaltando el castillo llamado pulmón, y, temiendo la derrota, abandonan de nuevo cada yarda despacio, para volver a dejar sitio a nuevos combatientes. Para que sientas vida. Para que sientas Mi Vida. La tienes ahora en tus manos. Cada susurro brindado, ha sido regalado gracias a eso que ahora bombea para ti a mil. Apartemos el pensar, para comenzar a sentir.
Límite de tiempo cumplido, piensa. No es felicidad lo que sienten nuestros personajes llegados a este punto de la historia. Una vez cerrada la puerta, vuelve sobre sus pasos. Los pensamientos se alejaron de su cabeza, para dejarle paso a un sentimiento de felicidad que recubriría todas las partes de su cuerpo; incluida mente. Atraviesa el umbral de la puerta, cabizbajo. Y al levantar la mirada y dirigirla de manera global a la habitación, visualiza el espacio, en el que hace pocos minutos, había transcurrido todo. Aún están las almohadas en su sitio... Desde el mismo marco de la puerta, observa ese lugar, ahora, mágico.
En cada latido, vivimos. En cada caricia, morimos.
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