Entre torpes zancadas atraviesa la habitación, saboreando ya el destino. Desde sus primeros pasos, aún en la cocina, era capaz de percibir aquellas notas que flotaban por toda la casa, produciendo en corazones la tan inspirada calma que mentes extrañan. Entonces se alejaría de las verticales piernas de su madre para emprender marcha hacia las escaleras, paso intermedio entre cocina y habitación. Ella, exclamaría su nombre en voz alta, prohibiéndole, como era tan habitual, correr por casa. Pero él no escucha otra cosa más que aquellas notas de piano.
Sus cortas piernas subirían temblorosas la crujiente escalera de madera. Con los ojos repletos de lágrimas pisotearía la que era la alfombra gris preferida de mamá, y la cruzaría en cuestión de segundos. Entonces un leve empujón bastaría para que la puerta cediera, no sin antes proferir un sonido similar en magnitud al de la escalera, y entonces, entre torpes zancadas atravesaría la habitación. Un gran piano de cola se encontraría allí.
Dueños de aquel negro piano son unas ancianas manos, que tocan las teclas como si de una persona se tratase; la más dulce que jamás habrían tocado aquellas. Siente la música, pero siente más. Siente a esa mujer contándole historias entre las líneas de aquellos pentagramas. Él solo sabe que debe continuar tocando para que aquella musa le siga narrando, y así hace. Suele cerrar los ojos para ayudar a imaginar que ella se encuentra realmente en aquellas notas, y que él la está llamando. Quizás tan solo sean los delirios de un viejo obsesionado con su música, o quizás sean las teclas que debe tocar para captar su atención.
El chico de cinco años ya se encuentra tras él, escuchándole. Para el joven probablemente aquellos pensamientos del anciano son impensables, y simplemente aprecia el trabajo de su aún absorto abuelo. Se acerca y decide ocupar el espacio libre de aquella polvorienta banqueta. Entonces, aquellas notas van perdiendo intensidad, hasta volver a encontrar el silencio en la casa. El joven comienza a hablar:
- ¿Algún día me ensañarás a tocar como tú, abuelo?
- Todos pueden enseñarte algo tan simple como presionar un mecanismo y hacerlo sonar. Eres tan solo tú el único capaz de enseñarte a transmitir lo que realmente quieras transmitir.
Entonces el chico posa sus manos sobre la musa, pero en su caso, no hay musa; tan solo son teclas de un viejo piano. Comienza a presionarlas, consiguiendo una música tan poco perfecta como los torpes pasos que anunciaron su llegada a la habitación. De su boca comienzan a surgir los tan habituales gestos de esfuerzo y pesimismo que tantas veces habría provocado aquel instrumento. Apartaría bruscamente sus manos de aquellas piezas, y resoplaría sonoramente.
- Quizás aún no tienes qué transmitir. Busca tu motivo para tocar, y entonces vuelve aquí, tan rápido como lo has hecho minutos antes, e inténtalo de nuevo. Puede que no suene bien, pero esa vez tendrás algo que decir a través de esto. A veces vengo aquí para tocar, y algunas veces me limito a mirarlo hasta pensar en las historias escondidas en la profundidad de su madera. En el momento en que sepas transmitir a los demás lo que te produce este piano, serás un pianista.
El chico volvió a colocar sus manos en el teclado, esta vez tenía un motivo. Tal y como había hecho antes, comenzó a presionar las teclas. Aparentemente parecía que el gesto era el mismo, pero hubo un pequeño matiz: sus ojos se cerraron. Las horas pasaron, y continúo tocando sin importar nada más. Cuidó cada tecla presionada como si fuese la última, buscando la sensación perfecta en cada momento. Aquel pensamiento se grabó en su mente, y gracias a él busco la perfección en cada nuevo movimiento.
Largos años sucedieron en aquella habitación y aquel chico de ocho años ya era un hombre de treinta y tantos. Su amor hacia la música y su gran progreso fue tal, que el "no quedan" resonaba en las bocas de las personas que aún guardaban cola en los mejores teatros de los países a los que acudía. En cientos de periódicos hablaban de él como el mejor pianista del mundo, a pesar de que cientos superaban su técnica. Pero había algo que jamás superaría a ese virtuosismo: aquellos ojos cerrados.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario