Decides salir a la hora que no alcanzan los relojes. El camino sigue siendo el mismo, pero esta vez hay nuevos matices. Y esta vez no hay una sola luz que haga de faro; cientos de luces iluminan tu cielo. Y estás solo. Nadie quiere interponerse en tu camino, y todos buscaron refugio en sus casas. Quieren que disfrutes este nuevo momento; único, e irrepetible. Con cada nuevo paso inhalas un aire distinto, todos puros y limpios. Los árboles, colmados de recuerdos, mecen sus hojas frente a un amigable viento. Hojas que lucharon por seguir aferradas, y troncos que vieron firmas de jóvenes tallar sobre sí enmarcadas en imperfectos corazones. Entre tus pasos, piezas de los cientos de puzzles que jamás se construyeron, y aún esperan ansiosas ser resueltas; pero ya no importan. Las apartas suavemente, porque aunque no vas a hacer aquellos rompecabezas, tampoco quieres apartarlos por completo; dejarlos para algún día, manteniendo aún sus enigmas y secretos. El ruido de las olas del mar se filtra a través de innumerables calles, llegando hasta tus oídos. Y entonces sientes aquellas olas por tus brazos, simulando caricias; las que no obtuviste. Y te das cuenta de que la Naturaleza se tornó en este día para ti, mostrando su cara mitológica y extraordinaria.
Y entonces llegas a ese destino. El tan repetido. El que siempre alcanzas, y nunca mencionas en voz alta. Pero lo piensas. Y sabes que todos lo piensan, pero nadie quiere decir lo evidente. Y entonces, sabes que estás donde debías estar y que este, es tu mejor momento.
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