Last - Room

10.02.2011

Una habitación perdida en la inmensidad de la nada. Dos personas en ella. Los habituales objetos que caracterizan cualquier habitación de cualquier chico de ciudad, solo que con dos camas. Él permanece en la suya, sintiendo como el tiempo se congeló y la esfera dejó de girar. Un Mundo sinónimo de presión, constancia de ritmo y generación de nuevos problemas detenido ante los sentimientos de él, que lucharon por crear esta escena y conservarla en cualquier libro de fantasía. Nunca antes se había premeditado tanto un plan como aquel, y aún recuerda cómo organizó todo las tardes anteriores; creando así un perfecto guión sobre su acontecimiento aún sin saber la certeza de éste. Mientras la voz de ella permanece en continua expansión y chocando contra las expectantes paredes de aquel cuarto, la mano de él comienza a temblar; ni el intenso agarre producido por su segunda mano es capaz de calmar ahora a esta fiera sin control.

Suceden los minutos en la habitación perdida. Ellos ya permanecen tumbados en sus respectivas camas, mirando algún punto inespecifico de lo que es ahora su cielo, mientras continúan el intercambio de tan ansiadas palabras. Entonces sucede algo. Un impulso. Ella continúa hablando de algún tema el cual el chico dejó de prestar atención hace tiempo, pues es ahora aquel impulso el centro de atención de él, y debe saciarlo, sin importar guiones y esquemas premeditados. Y entonces, se incorpora un poco en aquella cama, y dirige una fija mirada hacia ella, que comienza mirarle sin dejar de hablar. A pesar de que seguía diciendo aquellas cosas, cada vez más carentes de sentido, en sus ojos quedaba reflejado el impulso del chico, que también era latente en el interior de ella. Entonces, mientras seguía con su eterno discurso, él acerca rápidamente su cabeza a la de ella, y ella, sin parar de hablar, imita su gesto. Encontrándose así en aquel espacio comprendido entre las dos camas. En la cabeza de él no para de retumbar el pensamiento de ceñirse a su puto esquema, ahora ya, carente de sentido. Entonces siente un sabor, jamás antes percibido, que le da vida. Sus ojos, a pesar de cerrados, comienzan a esbozar lágrimas. Y es tan solo en esta mínima abertura entre pestañas, donde estas líquidas encuentran salvación, y posteriormente se deslizan por esas grietas invisibles de las mejillas. Entonces aleja su cabeza unos centímetros de ella, y, aún con aquel sabor en los labios, se percata de que lo que comenzaron siendo dos lágrimas, ahora son océanos que se expanden por su ya empapada almohada.

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